viernes, 9 de junio de 2017

Dos lágrimas púrpuras



La recuerdo como si fuera ayer. Entonces éramos muy niños y ni siquiera teníamos idea de lo que significaba la diferencia de sexos, pero sé que nos queríamos profundamente, como nacidos el uno para el otro.

Martina era una niña despierta y ágil, juguetona a más no poder, siempre riendo sus propias gracias y disfrutando de su joven vida de diez años recién cumplidos. Ella vivía en el portal aledaño al mío, y todas las mañanas nos acompañábamos hasta la escuela que se encontraba a pocos pasos de nuestras casas, en la misma plaza donde se ubicaba el gran edificio de viviendas donde residíamos, un pequeño barrio obrero cercano a la fábrica de vidrio y la almazara industrial donde trabajaban nuestros respectivos padres.

Yo la llevaba apenas un año de diferencia, pero tengo que reconocer que su intelecto siempre fue de un nivel por encima del mío; si yo pensaba en comprar alguna chuchería, ella ya se había adelantado corre que te corre hasta el pequeño quiosco verde donde Armando, el viejo Armando, le surtía de sendos chicles que, sin darnos cuenta, casi engullíamos olvidando que eran sólo unos simples masticables; o si se me antojaba jugar con ella al piedra-papel-tijera camino al colegio, ella ya estaba escondiendo su mano derecha segundos antes de yo proponerle tan absurdo juego infantil… A veces me daba miedo, tenía la sensación de que leía mis pensamientos y que se reía de mí haciendo conmigo prácticas gratuitas de ese don tan especial del que yo carecía. Siempre se me adelantaba en todo, y ello –tengo que reconocerlo- me llevó a sentirme un poco acomplejado. Pero sé que todo lo hacía para hacerme feliz.

Martina no era una niña tan guapa como para que, con el transcurrir de los años, pudiera haber despertado varoniles pasiones; pero recuerdo que sus redondeados pómulos y sus grandes ojos le harían ser una mujercita muy “especial”. Sus miradas tiernas y escrutadoras proyectaban en mí unos profundos sentimientos de dependencia, amor y dejación de mí mismo; su influencia llegó a hacerse tan grande que llegué a pensar que jamás podría hacer algo en la vida lejos de aquella graciosa e inteligente personita de pelo liso y falda plisada, siempre oliendo a chicle, caramelo y tiza.

Martina no tenía amigas; sus juegos eran los míos, y míos los suyos, y recuerdo cuando todos nos miraban como si fuéramos marcianos mientras se decían unos a otros, tapándose la boca y en voz baja, “… son novietes, son novietes…”, y después se reían como se suelen reír las chiquilladas que desconocen el concepto y creen haber descubierto un misterioso e inescrutable secreto.

-II-

Martina un día desapareció…

Fueron momentos de grave angustia para sus padres. No supieron nunca lo que podía haberle ocurrido. Aún no había cumplido los once años y una tarde de pleno invierno se la echó de menos. Los chiquillos decían en sus ruidosos corrillos que se la había llevado el “Hombre de la Manteca”, pero yo sabía que eso era una burda leyenda inventada por los adultos para meter miedo a los menores cuando se empeñaban en que hiciéramos algo.

Fueron tiempos muy duros, y más para mí.

Claro que intervino la policía… Y, después de meses de investigación, llegaron a la conclusión de que Armando, el viejo Armando del puesto de chucherías, era el principal sospechoso de la desaparición de la pequeña Martina, y todo porque el muy desgraciado tenía unos pequeños antecedentes por antiguos hurtos y, además, padecía una esquizofrenia paranoide. Fue apresado y condenado sin pruebas a treinta años de presidio en el psiquiátrico carcelario, y creo que el pobre allí falleció al cabo de dos años de condena gritando entre sollozos inconsolables que él era inocente.

Al cabo de todo este tiempo, lustros después, he sentido todos los días la ausencia de la graciosa e inteligente Martina; la he echado mucho de menos y desde entonces he llorado amargamente con la frustrada idea de haberla podido ver desarrollada como mujer, a mi lado, como siempre estuvo…

Martina, mi pobre Martina… 

Ahora, en este rincón, la veo sentarse a mi lado y observarme con aquellos dulces ojos que siempre me ofrecieron amor y sosiego. Me dice en silencio, lo leo en sus labios, que no me preocupe, que ella se encargará de llevarme de la mano cuando llegue el momento… Lo siento…. Lo siento mucho;  a Dios le pido que me perdone, y a ella que me acoja a su lado sin rencor, que me permita acompañarla y hagamos juntos el camino azul cuando llegue el momento… 

Me cegué, no me quedó otro remedio, tenéis que entenderlo…

Fue horrible, pero se había apoderado de mi voluntad, tenía que librarme de aquella absorbente influencia que me ahogaba, que me anulaba. Cumplí por desgracia mi plan, confieso que la llevé con engaños a la almazara cercana y la empujé sin esfuerzo para hacerla caer bajo la molturadora; la enorme carga de aceitunas cayó sobre ella y fue triturada, hecha pulpa, mezclándose sus esencias de ángel con un jugo púrpura y el olor del orujo reciente. Aquel color se fue poco a poco disipando para perderse al fin entre un óleo áureo y viscoso. Ni un solo grito salió de su boca, ni vi en sus ojos el menor reproche mientras caía y una sonrisa pintaba en su boca…

-III-

A lo largo de todo este tiempo, Martina me ha estado acompañando en mi celda, y siempre me ha venido diciendo que sabía que la mataría y cuándo lo haría; me ha dicho cientos de veces  que se dejó empujar sin oponer resistencia con tal de hacerme feliz…

Ya viene el carcelero…

Es mi turno de castigo… Satán reclama mi alma para seguir torturándola. Martina me mira y –como siempre, desde hace mil lustros que Dios me encerrara para expiar mi pecado- deja escapar por sus ojos dos lágrimas púrpuras que añaden a mi castigo cien años más de condena.


-o-o-o-o-o-

8 comentarios:

  1. IMPRESIONANTE, así con mayúsculas, Germán. Un historia en tres partes en la que verdad se desvela para golpear al lector que se había encariñado con esa pareja de niñas para descubrir que no hay edad en la que ese Satán no pueda presentarse. Con tu narrativa fluida, tu noviazgo con el idioma... Es un placer leerte. Lo comparto. Un abrazo!

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    1. Muchas gracias, estimado David, eres un crack; y muchas gracias igualmente por haberlo compartido. Te mando un fuerte abrazo.

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  2. Madre mía, no imaginaba tal final. Me ha gustado mucho tu relato, no podía dejar de leer. Qué muerte más espantosa tuvo la pobre Martina. Un saludo!

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    1. Hola, María. Te agradezco mucho tu grata visita y el tiempo que le has dedicado a a este modesto relato. Te agradecería mucho me indicaras la dirección de tu blog para también poder visitarlo. Te mando mis más cordiales saludos junto con mi agradecimiento.

      PD.- Te ruego mil perdones por la tardanza en contestarte, pero el marco de este tema me impedía hacerlo.

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  3. Hola Germán. Este es el primer relato tuyo que me leo y puedo decirte que me ha encantado, desde como narrasalos acontecimientos a la forma en la que lo has escrito. He llegado a tu blog navegando por la red, al ver la recomendación de un compañero bloguero, David Rubio. Y es muy posible que hayas ganado otro lector más, aunque tarde tiempo en volver. Un saludo! ; )

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    1. Hola, Ramón, buenas tardes. Te agradezco mucho tu tiempo en la lectura. Nuestro común amigo David es es tipo excelente, ya lo sabes. Te agradecería mucho me indicaras la dirección de tu blog para también poder visitarlo. Te mando mis más cordiales saludos junto con mi agradecimiento.

      PD.- Te ruego mil perdones por la tardanza en contestarte, pero el marco de este tema me impedía hacerlo.

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  4. Hola!
    Me ha sorprendido 😲 de hecho el giro es totalmente inesperado. ¡Es una locura! Muy buen escrito, y bien redactado. Ágil de leer y sobretodo con el factor sorpresa. Un saludo!!

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    1. Hola, Keren. Me alegra mucho haberte sorprendido que este modesto relatillo. Te agradezco mucho tu visita y te pediría que me indicaras la dirección de tu blog para también poder visitarlo. Te mando mis más cordiales saludos junto con mi agradecimiento.

      PD.- Te ruego mil perdones por la tardanza en contestarte, pero el marco de este tema me impedía hacerlo.

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